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martes, 27 de marzo de 2007
EL ESCONDITE (Soledad Birrell)
"Soledad, en su novela nos presenta una conmovedora necesidad de vida de un grupo humano de personajes solitarios, aislados en sus propias y variadas interpretaciones sobre lo que debería ser la vida. A través de los años, en tres diferentes etapas, Juanita, la protagonista, intenta reconstruirse a partir de fragmentos que ha podido recoger de sí misma, como si intentara pegar los pedazos de un espejo roto para poder conservar su alma reflejada. Es una novela que habla directamente al corazón, con una aguda visión de las profundidades afectivas, las más transparentes y las más oscuras, todas envueltas por las impenetrables y contradictorias superficies sociales."
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La conformación de una literatura nacional puede tener o no que ver con la necesidad de armar un corpus por medio del cual sentir afiliación por un territorio en particular, y sin embargo, no se puede evitar creer que esa relación corre por pasajes más hondos, como su hubiese ciertos relatos centrales, furtivos, que guían a los sujetos que viven relacionados por un territorio. Así, la "literatura nacional" deja de tener un sentido pedagógico y prescriptivo, y podrían leerse más como matrices inconscientes que se escurren en los individuos; en fin, ejes temáticos y campos semánticos que se evocan con la escritura de cada historia particular. Pienso en esto cuandoleo El Escondite de Soledad Birrell, porque de una manera lejana evoca la historia de otra mujer criada en el campo chileno, la de Catalina de los Ríos y Lisperguer, que permite recrear un espacio común por medio del cual abarcar una historia actual. Además, al contraponer dos historias, que si bien tienen mucho de común, es posible detectar los espejismos y las actualizaciones de la matriz histórica de la niña criada en el campo en el seno de una familia latifundista.
Tal vez la similitud que más resalta en las dos historias es la relación simbiótica que se establece entre ellas y la nana mapuche. Conocida es la influencia que tuvo esa mujer, cuyo nombre la historia evita decir, sobre la personalidad de la Quintrala - hasta el punto de darle el apelativo por el cual es recordada hasta el día de hoy -, que le legó, al son de su cultura, la relación con la naturaleza y una fuerza femenina de matriarcado, razón por la cual se la llamó bruja y hechicera. En el caso de la protagonista de El Escondite la relación con su nana Norma, que conocía la influencia de la Naturaleza y las travesuras de los demonios, fue cercenada desde temprano por la influencia de la madre sanguínea. La libertad imaginativa y la intuición femenina son reemplazadas por la figura de la culpa que marca el doble camino que emprenderá Juanita: el de la imagen de una mujer que se mueve según marca el tempo social y una mujer-niña que elabora un complejo mundo interno que siempre se apoya en la evocación de su infancia, moldeándolo ingenuo y puro.
Esta tensión nunca llega a decantar en un lenguaje desbordado; más bien resulta siempre contenido e ingenuo, salvo en un momento. La primera parte de El Escondite está contado mayoritariamente en tercera persona, exceptuando el relato de Norma al principio del libro. A medida que la novela avanza y ya pasada la mitad de la historia, el lector se encuentra con un pasaje que relata en primera persona el sentir de Juanita. Contados confusos momentos: debemos tomar en cuenta que al leer El Escondite estamos frente a una exploración de los mecanismos que hacen de la mujer una categoría social aprendida y los esfuerzos de una sujeto por comprender esas restricciones en ella misma y superarlas. Esas constricciones están relacionadas con la naturaleza y la naturaleza del mundo, sostenida sobre un lenguaje que transmite esas categorías. Una verdadera liberación de los tabúes sociales sobre el cuerpo y la sexualidad femenina, podría entrañar un desborde lingüístico que haría de esta historia una de valor literario. En vez, existe la mencionada confusión de los narradores que parece deberse a un simple error. Si queremos, como se pretende aquí, encontrarle algún sentido a esta confusión podríamos decir que este trastorno de las voces narrativas surge cuando Juanita empieza acuestionarse sobre cuál es la propia. Así, El Escondite se prefigura como una novela de autoconocimiento, cuyo valor no surge de su lenguaje sino de la calidad de su contenido.
La modalidad en que se desenvuelve El Escondite, esto es el relato interior o síquico, se opone por completo a la historia acabada y enjuiciada de Catalina. Una de ellas suele ir acompañada de adjetivos que exaltan la fortaleza, el terror, el misterio; la otra se muestra en su forma más vulnerable, sutil, si se quiere. En cierta manera, las formas en que estos relatos aparecen también cuajan la realidad en la que se desenvuelven: un siglo XVII feudal, fuerte y salvaje que se contrapone a la decadencia de una clase social basada en la tierra a fines del siglo XX. Acabado el orden que sostenía los roles, es consecuente la pregunta sobre el valor del individuo, en este caso femenino, que es el grito de llegada de la modernidad a la sociedad agrícola chilena. Dos momentos para una misma historia.
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