lunes, 15 de octubre de 2012

Metamerika de Sergio Alfsen-Romussi


Lengualterna. Pluramater-fraterna. Desplázase por las auras de lo innombre. Ahí se despedaza fértil para otro íntegro. Otro reunir estratos, dimensiones. Reenhebrarse, el antropoide, en danzátil resonancia. Arcaica mismamente por el eco a que recoveconduce y múltipla trae. Pues deslenguado el misterio aún se palpe, carne háganse las palabras-sustancias. Premoniciónese porque inexiste: evocar de joglaria en trance de imposible. Irrigar, sin extenuarse, los estratos probables de un desdedecir. Retrabar la traba, deslenguar la lengua: guturar. Sutra de lenguas puestas a hervir, surtan efectos. No distribuyan (pajarísticos) ya el sentido ni cosalgunotra. Pero el misterio por la boca aún viva: fonemas esferas en fosfenos florales, según inscribe Alfsen-Romussi. (Por neverende, Metamérika deviene, es.) Intercursar velocidades mediante: un despensar que imaginárase lengua. Antes del sentido después del sujeto. Por el filo de espejo roto con silencio. Pleno por vacío. Voladura porque terrestre. Salida de la rostreidad, entrada en materia (molécula-sílaba). Palabralma siempre a punto de inmanencia. Quizá se atisbaren reales jamás nunca preexistentes. A cada grado de implosión del sentido, senda pararrazón: ser-estar en misterio. En cuyo quién ese dichoso acontecer sentido sea.

[Reynaldo Jiménez]


(Re)Flexiones de Jean Claude Van Dammit / Autor: Patricio Basso


A favor de los verbios
Existe una amplia coincidencia entre biógrafos y discípulos del filósofo y pensador de origen franco holandés, fundador de la paremiología, Jean Claude Van Dammit, que su magna obra “A Favor de los Verbios” , tuvo su origen en el proverbial interés en los proverbios que, desde su más tierna infancia, mostrara Van Dammit.
No escapará a mis sagaces lectores la existencia de un cierto grado de semejanza en el nombre y apellido –yo diría que por lo menos unos 27°– entre Van Dammit y el actor de cine, experto en artes marciales, Jean Claude Van Damme. De hecho tienen el mismo nombre –Jean Claude– y sus apellidos son parónimos más no homófonos. Además, Van Damme nació en Bruselas, Bélgica, país que está entre Francia y Holanda, de modo que Van Damme vendría a ser, desde el punto de vista de su nacionalidad, una especie de promedio de las nacionalidades de Van Dammit, todo lo cual no tiene la menor importancia para este relato. 
De hecho, no tengo la menor idea si volveré a mencionar a Van Damme en los próximos relatos porque voy escribiendo a medida que se me ocurren las estupideces que leerán en las próximas páginas, dudoso privilegio que tendrán “sólo” los que tengan la paciencia y el valor de seguir leyendo.
No vayan a pensar mis lectores que Van Dammit y yo no sabemos que la Real Academia Española decidió la “eliminación de la tilde diacrítica en el adverbio solo y los pronombres demostrativos incluso en casos de posible ambigüedad”. Lo que ocurre es que no estamos de acuerdo con esta decisión. Por consiguiente, en el resto del texto la palabra “sólo” la usaré con tilde cuando es adverbio y equivale a solamente. Del mismo modo, le pondré tilde a los pronombres demostrativos como “éste”. Así, en lugar de escribir “Su amada lo abandonó porque solo le gustaba estar solo y a esta no le gustaba esta actitud” como debería hacerlo por culpa de la Real Academia Española, escribiré “Su amada lo abandonó porque sólo le gustaba estar solo y a ésta no le gustaba esta actitud”. ¿No les parece que queda más claro y elegante?
Según su biógrafo, Richard Von Strugel, las primeras “flexiones” del pequeño Jean Claude Van Dammit fueron en torno al proverbio Quien mal anda, mal acaba
Es necesario explicar que el uso del vocablo “flexiones”, en lugar del comúnmente usado “reflexiones”, se debe a la innegable inteligencia y rapidez mental de Van Dammit, quien nunca pensó más de una vez las cosas que escribía o decía. De hecho, él mismo pensaba que el prefijo “re” estaba demás, cito textualmente uno de sus escritos:

El uso del prefijo “re” es, a todas luces, innecesario y vela una inseguridad en sí mismo que hace a algunas personas sentir la necesidad de petir, innecesariamente, sus actos o pensamientos.
Esta forma de entender el lenguaje llevó a Van Dammit a escribir y decir una enorme cantidad de estupideces, enfrascarse –no quiero decir que haya sido alcohólico– en discusiones bizantinas, acometer empresas sin ningún destino y, las más de la veces, todas las anteriores, al mismo tiempo.

(...)

Retomando el hilo de nuestro relato –pese a que, yo sepa, los relatos no tienen hilo– es posible, siguiendo el pensamiento de la Escuela de Sicología Infantil de Nunca Jamás, fundada por el sicólogo escocés Pedro Bread –más conocido como Peter Pan– que Van Dammit haya validado como cierto, por primera vez, el ya citado proverbio Quien mal anda, mal acaba, cuando comenzó a dar sus primeros pasos por cuanto, al igual que todos los niños, no pocas veces terminó en el suelo. De ahí que en su obra “A Favor de los Verbios”, haya escrito:

No se debiese dar a tal proverbio el único y discutible significado que una vida mal llevada conduce, necesariamente, a un mal fin del individuo, ya que no es esta la interpretación primera que el niño da a los costalazos que se pega.

Ya en la pubertad, Jean Claude Van Dammit sufre una profunda transmutación intelectual, y por cierto física, que lo lleva a pensar que el ya mencionado proverbio se refiere a los problemas sexuales que trae consigo la cojera, idea que abandonó cuando, luego de doblarse una pata, conoció a su amante, la Baronesa Emma Grutenbeinger. 

Para desmentir, de un modo definitivo, que Van Dammit haya tenido tendencias homosexuales –según sostiene el filósofo y acérrimo contradictor de Van Dammit, Jean Paul Desastre– la Baronesa Emma Grutenbeinger nunca fue Varón. Esa habladuría no tiene base en ningún hecho anterior ni posterior a su experiencia sexual con Emma, especialmente en lo referido a su vida posterior, de Van Dammit, no de Emma. Respecto de esta última no estamos en condiciones de afirmar nada relativo a su experiencia sexual posterior.

Quizás si el rumor tuvo su origen en las declaraciones que hiciese Desastre al hebdomadario “La Pensée, Mais Pas du Tout”, en el que se refería, despectivamente, a la Baronesa Emma Grutenbeinger como “la varón esa”.
Molesto, Van Dammit, con tan artero ataque a su amada Emma, decidió responder a Desastre utilizando un dromedario para mostrar que éste, Desastre no el dromedario, jorobaba sin fundamento. Por desgracia para Van Dammit, y por suerte para el dromedario, ello nunca llegó a concretarse porque el animal, me refiero al dromedario, sufría de cosquillas cada vez que Jean Claude intentaba escribir sobre su joroba, lo que sin duda jorobaba al pobre dromedario. Finalmente el animal de marras se desamarró, y no ha sido habido hasta el momento en que estas líneas están siendo escritas. Si por azar apareciera antes de que termine de escribir, prometo avisarles a mis lectores ya que a Van Dammit no será posible porque murió hace algunos años aunque, para tranquilidad de sus seguidores –entre los que me cuento– no murió de nada grave.
A propósito de la muerte de Van Dammit, es del caso señalar que ya en su edad madura, dudó respecto del significado real del mencionado proverbio Quien mal anda, mal acaba, cuando aquejado de numerosos males que le impedían caminar normalmente –aunque normalmente no le gustaba caminar– y sintiendo cercana su muerte, escribió: 

Finalmente da lo mismo si la persona ha andado bien o mal en su vida o en bajada, porque de todos modos acabará muerto.

De esa época son sus famosas “Coplas por mi Muerte”, obra que le mereció una gravísima acusación de haber plagiado los clásicos versos de Jorge Manrique de Lara y Figueroa, “Coplas por la Muerte de su Padre”, escritos curiosamente, según se dice, al menos una parte, con anterioridad al 11 de noviembre de 1476, fecha de la muerte de don Rodrigo Manrique, Conde de Paredes de Nava, que murió luego de una larga y penosa enfermedad, expresión que se suele utilizar, por razón que desconozco, para referirse al cáncer. Es posible que el hecho de haber sido una larga enfermedad explique que las coplas sean 40.

Van Dammit, para desmentir tan calumniosa acusación argumentó que sus coplas fueron escritas, en su totalidad, antes de su muerte –argumento de suyo estúpido porque después no hubiese sido posible– a diferencia de las escritas por Manrique que fueron escritas, en parte, después de la muerte de su padre, de él, de Manrique se entiende, y que, en segundo lugar, al apellido Manrique le faltaba una z al final, argumento aún más estúpido. 

Adicionalmente, Van Dammit hizo notar, a quien quisiera escucharlo, que le parecía extraño que Manrique, sin z, hubiese comenzado a escribir las coplas antes de la muerte de su padre, lo que revelaba un no oculto deseo de que se muriera luego para poder publicarlas. No se tiene conocimiento que alguien haya querido escucharlo.

Van Dammit era un pensador que hizo del método científico y de la duda metódica una forma de vida, aunque claramente no vivía de ello. Tan pronto comenzó a interesarse en los proverbios, lo primero que hizo fue buscar su significado en el Diccionario de la Lengua Española editado por la Real Academia Española y descubrió, con horror, que la palabra “proverbio” no era más que un vulgar sinónimo de “refrán”, es decir no tenía un significado intrínseco sino asociado al de otra palabra, “refrán”, cuyo significado es “Dicho agudo y sentencioso de uso común”. Esta falta de autonomía y propia especificidad de la palabra “proverbio” casi termina con el interés de Van Dammit por el tema, habiendo, incluso, comenzado a escribir una obra, que afortunadamente no llegó a publicar, “Frán Frán”.
No dejó de llamar la atención de Van Dammit el hecho que el Diccionario de la Lengua Española fuese escrito y no hablado ya que, argüía, no existe persona alguna que escriba con la lengua. Inútiles fueron sus esfuerzos por convencer a la Real Academia Española que le cambiase el nombre a su diccionario llamándolo Diccionario de la Mano Española, órgano con el que, según Van Dammit, se escriben las palabras en un diccionario y en cualquier otra superficie que lo permita, incluyendo el papel y las murallas, especialmente, en el caso de estas últimas, del baño.

Esta iniciativa le significó un nuevo y artero ataque de Jean Paul Desastre quien escribió:

El indisimulado gusto por la mano, en lugar de la lengua, que muestra Van Dammit, revela una oculta depravación que, con certeza, tiene su origen en una pubertad incompleta.

A lo que Van Dammit no respondió, quizás –esta es una especulación mía– porque le encontró razón o 
porque tal aseveración lo turbó en demasía, dejándolo más turbado que antes.

Habiendo fracasado en su intento de dar a la mano mayor relevancia que la lengua –en el uso del idioma español, se entiende– Van Dammit inició una campaña internacional en pro de los proverbios que plasmó en su ensayo, “A Favor de los Verbios”, nombre que explica el título de este relato o “lato”, como hubiese escrito Van Dammit. 

El objetivo central de esta campaña “pro verbio” fue tratar de convencer a los miembros de la Real Academia Española de invertir el orden de las acepciones de las palabras “refrán” y “proverbio”, esto es definir proverbio como “Dicho agudo y sentencioso de uso común” y, por lógica consecuencia, definir refrán como sinónimo de proverbio. Incluso, como era de esperar, propuso eliminar el prefijo “re” y escribir o decir, simplemente, “frán”.

Muchos y variados argumentos utilizó Van Dammit para conseguir su objetivo que, en definitiva, nunca logró. Así por ejemplo, en uno de sus más famosos ensayos “Verbios y Franes”, explicaba que:
Mientras la palabra proverbio deriva del latín “proverbium”, es decir tiene un origen lingüístico de alto linaje, la palabra refrán deriva del vocablo francés “refrain” que significa estribillo, expresión utilizada por el vulgo en canciones de dudoso valor artístico y que nada tiene que ver con un apotegma.

Es de incuestionable importancia para este relato, saber que “apotegma” es también sinónimo de proverbio, pero no fue utilizada muy a menudo por Van Dammit debido a que, la verdad, no tengo la menor idea.

Agregaba Van Dammit: 

Los proverbios son de un origen anterior a los refranes y se remontan al Libro de los Proverbios del Rey Salomón, los de Pilpai y la Panchatantra de la India, la Poesía Gnomónica de la antigua Grecia, los Dísticos Latinos de Dionisio Catón, que vivió en el siglo III, el Hávamál de los escandinavos y las Tríadas Galesas de Bretaña, entre otras obras de la antigüedad.

En extremo molesto con la Real Academia Española porque ésta no accedió a ninguna de sus propuestas, Van Dammit escribió:

Esta Institución es tan ridícula que en su emblema dice LIMPIA, FIJA Y DA ESPLENDOR, expresión más propia de la publicidad de un detergente o de un shampoo –o champú como ellos dicen- que de una academia. Sólo les faltó haber elegido como lema: RECONFORTA, CHUPA Y APRIETA.

Aunque la importancia de los relatos que siguen a este introito radica en la posibilidad de conocer un poco más a fondo el pensamiento de Van Dammit –supuesto que a alguien le interese– no puedo dejar pasar la oportunidad de decir que le encuentro toda la razón en esta disputa con la Real Academia Española. Lo lógico hubiese sido dar prioridad a la palabra que tiene su raíz en el latín tanto más cuanto que el francés también la tiene, la raíz. 
Van Dammit aventuró la tesis, que nunca logró probar –me refiero a la tesis y no a la aventura– que esta incomprensible decisión de la Real Academia Española –definir primero refrán que proverbio– había sido el resultado de las ocultas presiones que ejerció Napoleón Bonaparte durante el período en que incorporó a España a su Imperio. Al respecto escribió:

Si mi tesis es correcta, quedaría demostrado que buena parte –no Bonaparte– si no todo lo que he escrito sobre este tema era, en su origen, inconducente, porque jamás la Real Academia Española iba a reconocer que se había dejado presionar por Bonaparte, o por cualquier parte.

Por mi parte, disculpando tantas partes, aprovecho la oportunidad de hacer presente, a quien le interese, que muchas personas, de innegable cultura, suelen confundir el empleo de la palabra tesis con hipótesis, siendo esta última un supuesto a partir del cual se demuestra la tesis. A modo de ejemplo, si la injerencia de Bonaparte fuese una hipótesis entonces no habría nada que probar, salvo la verosimilitud de la hipótesis lo que la transformaría, de inmediato, en tesis y así sucesivamente.

Habida consideración de lo estúpido de mi última observación, he decidido terminar aquí este primer relato para evitar que mi ya decaído prestigio intelectual se siga deteriorando.