En esta página usted encontrará todos los títulos de la oferta tan variada que ofrecemos; desde libros de fotografías a cómics infantiles, pasando por narrativa con novedosas voces contemporáneas. No nos podemos olvidar de citar nuestra prestigiosa colección de ensayos de diverso tipo, donde resaltan los nombres de Humberto Maturana, Rafael Echeverría y Francisco Varela.
martes, 27 de marzo de 2007
1 comentario:
Anónimo
dijo...
En una entrevista, Alejandro Zambra expuso el comentario que le hiciera el poeta Andrés Anwandter en cuanto a que los poetas eran gente con dificultad de expresión, por lo que el lenguaje poético permitiría suplir tal vez esa función o esa dificultad. Esto lo decía en la antología de Francisco Véjar, quien afirmaba a su vez en la introducción de ese libro: "es el lenguaje el material con que estos autores quieren construir este puente, roto por ahora" (13). Los noventas, período en el cual Francisca Lange ubica al grupo de poetas -por no decir generación- que reúne en Diecinueve (poetas chilenos de los noventa), no es una época de discurso unívoco, sino más bien de residuos y fragmentos, de un discurso obsesionado con "basuras, restos, sobras, desperdicios", según lo planteado por Nelly Richard en Residuos y metáforas.
El problema de las antologías (si es que son un problema, y en la mayoría sí lo son) es el de las ausencias y presencias, es decir del carácter mismo de lo que es una antología. Sin embargo, parece ser en este caso que la selección se plantea desde un lugar o más bien desde una voz autorizada para exponer, en este caso, quiénes son los "poetas chilenos de los noventa". O también puede ser un manual para saber cómo leerlos o cómo acercarnos a esta lectura, según la introducción hecha por Lange. Entre las ausencias se extraña la voz de Germán Carrasco, quien se autoexcluyera de esta muestra alegando motivos ideológicos que no viene al caso explicitar, pero que se leen entre líneas; así deviene una presencia en esta antología. Este hecho habla quizás más claramente de cómo leer a este grupo de poetas y de por qué así como hay voces que se incluyen de manera antojadiza hay otros que de manera contestataria prefieren estar ausentes de la muestra. Digo muestra porque tal vez una antología requiere de un criterio que va más allá del rango etario (que tampoco se cumple a cabalidad) para establecerse como una línea de lectura. Si bien Diecinueve (poetas chilenos de los noventa) no se plantea como una antología crítica, al menos tanto para los presentes como para los ausentes un criterio común de inclusión o exclusión no se hace explícito.
Hablar de los noventa es referirse tanto a la primera generación que publica luego de la dictadura como a quienes crecen en este período y comienzan a formarse como poetas, y también a quienes tienen sus primeras lecturas durante los ochenta. Es interesante, entonces, leer esta selección como un discurso tal vez demasiado fragmentado, bibliófilo para algunos y para otros nostálgico de los noventa. Entiéndase aquí por nostalgia no una añoranza por tiempos pasados, sino una nostalgia reflexiva, centrada en la ironía, en una memoria hecha de fragmentos y que observa de manera ácida los logros de esta "modernidad" que se celebra en el Chile de los noventa y del dos mil.
No es posible hablar de este grupo sin referirse a la historia del país en los últimos años y a la recuperación de la memoria colectiva, ni sin hacer alusión a sus referentes literarios. La presencia de Enrique Lihn (uno de cuyos poemas sirve de epígrafe a esta antología), la poética de Maquieira, los ecos de Millán, las influencias del objetivismo norteamericano de autores como Williams, Zufosky u Oppen (de los cuales varios de los autores presentes en la antología son traductores), entre otras voces que pueden reconocerse, ofrecen lecturas a partir de las cuales podemos tener una visión fraccionada de la realidad, producto tal vez de una memoria fotográfica editada una y otra vez, y poblada de imágenes que no pueden verse en su totalidad.
Si hablamos de los noventa nos distanciamos de aquellos textos urgentes de los ochenta y nos situamos en estas observaciones cada vez más desmembradas de esa realidad apremiante, acercándonos a estéticas particulares, a experimentos y también a una sensación de búsqueda que sólo es posible a través de la palabra. Los noventa se sitúan entonces en torno a silencios que los ecos del objetivismo emparientan con una simpleza aparente, ya que las voces, residuos y fragmentos[1] de estas poéticas nos remiten más bien a la única manera de exponer una memoria de los noventa. A partir del silencio y la observación se presentan escenas a ratos urbanas, a ratos visuales, algunas más íntimas que otras, y sin embargo la gran mayoría de los autores seleccionados en este libro exhiben ciertas presencias que al mismo tiempo delatan algunas ausencias.
Interesante al leer esta selección de los noventa es preguntarse cómo vendría siendo su continuación, la década del dos mil y los poetas "novísimos"; cuál sería el corte temporal e ideológico. Tal vez esta muestra no sea ninguna respuesta, sino una pregunta y otra apertura a través de la cual se puede leer no sólo lo que está en estas hojas, sino lo que falta en ellas y lo que sobra. Una antología de poesía en cierto modo remite a una cuestión de mercado (la poesía no vende, pero somos un país de poetas, una antología es una publicación más accesible que un poemario), ya que deja de lado la idea victoriosa de un libro en particular y se vuelve estática. Digo esto porque una antología no deja explorar lo que es un libro en particular, no deja navegar entre estos naufragios[2] de los noventa, pero sí permite ver abismantes contrastes entre discursos poéticos armados y otros más experimentales en su intento de desarmar estos discursos poéticos y despojarlos de su sentidos tradicionales.
Francisca Lange, en su prólogo, expone el término "niños de los ochenta" para referirse al hecho de que estos poetas comparten una cultura popular común, principalmente establecida por la televisión de ese momento y por la política del consumo que abarcó a la sociedad. De esta manera, los niños de los ochenta habrían crecido bajo esta influencia y su educación habría apuntado a una despolitización que suponemos derivaría hoy en una poesía carente o lejana de un discurso de contingencia, despojado de relaciones con una memoria colectiva, más bien personal. Sin embargo, afirma Lange que "lo político se manifiesta tanto en la escritura como en los modos de pensar la experiencia y lo literario, articulando espacios estéticos enfrentados a la memoria, propia y colectiva". Parece una reflexión interesante, pero no está apoyada en referencias textuales, sino sólo en ejemplos de iniciativas culturales como Casagrande o el Foro de Escritores.
Lange se refiere en esta cita a un enfrentamiento con el pasado desde una memoria personal que de alguna manera alude a la memoria colectiva, mayoritariamente impuesta por el Estado o los medios de comunicación. Una de las principales características de esta poesía sería un sentido de la evasión, que a su vez crea otras imágenes para referirse a otras observaciones que se encontrarían más bien lejos de una memoria o de un discurso histórico. Sólo quedaría evocar una nostalgia más contestataria para referirse a los noventa, donde términos como postdictadura, postmodernidad y memoria resultan difíciles de esclarecer, lo que ayudaría a entender la correspondencia entre textos tan disímiles como los poemas de largo aliento de Bello, de una sensibilidad poblada de imágenes, y los silencios con que parecen construirse los textos de Anwandter, silencios y ruidos -sólo por dar algunos ejemplos-, o entre la construcción del sujeto poético del Yo, de Alejandra del Río y los juegos de palabras, con guiños a la vanguardia y la poesía concreta, de Felipe Cussen. Ciertos versos de Verónica Jiménez ilustran la nostalgia y el desencanto que unifica a los poetas publicados en Diecinueve con la experiencia de leer estas páginas:
anclamos ahora en esta oscura rada
como náufragos arrojados a su mala suerte
vomitando espuma
con los pies enterrados en la arena
y la piel herida por la sal.
[1] Para el teórico brasilero Idelber Avelar la literatura postdictatorial se obsesiona con fragmentos, lugares obsoletos y sin nombre, residuos de un tiempo anterior, ya que gran parte de ella se vuelca hacia la experiencia, en el sentido de cómo contar, recordar o, en palabras de Nelly Richard, utilizar espacios que no son más que un "basural de recuerdos". [2] "Náufragos", término utilizado por Javier Bello para referirse a los poetas de los noventa.
1 comentario:
En una entrevista, Alejandro Zambra expuso el comentario que le hiciera el poeta Andrés Anwandter en cuanto a que los poetas eran gente con dificultad de expresión, por lo que el lenguaje poético permitiría suplir tal vez esa función o esa dificultad. Esto lo decía en la antología de Francisco Véjar, quien afirmaba a su vez en la introducción de ese libro: "es el lenguaje el material con que estos autores quieren construir este puente, roto por ahora" (13). Los noventas, período en el cual Francisca Lange ubica al grupo de poetas -por no decir generación- que reúne en Diecinueve (poetas chilenos de los noventa), no es una época de discurso unívoco, sino más bien de residuos y fragmentos, de un discurso obsesionado con "basuras, restos, sobras, desperdicios", según lo planteado por Nelly Richard en Residuos y metáforas.
El problema de las antologías (si es que son un problema, y en la mayoría sí lo son) es el de las ausencias y presencias, es decir del carácter mismo de lo que es una antología. Sin embargo, parece ser en este caso que la selección se plantea desde un lugar o más bien desde una voz autorizada para exponer, en este caso, quiénes son los "poetas chilenos de los noventa". O también puede ser un manual para saber cómo leerlos o cómo acercarnos a esta lectura, según la introducción hecha por Lange. Entre las ausencias se extraña la voz de Germán Carrasco, quien se autoexcluyera de esta muestra alegando motivos ideológicos que no viene al caso explicitar, pero que se leen entre líneas; así deviene una presencia en esta antología. Este hecho habla quizás más claramente de cómo leer a este grupo de poetas y de por qué así como hay voces que se incluyen de manera antojadiza hay otros que de manera contestataria prefieren estar ausentes de la muestra. Digo muestra porque tal vez una antología requiere de un criterio que va más allá del rango etario (que tampoco se cumple a cabalidad) para establecerse como una línea de lectura. Si bien Diecinueve (poetas chilenos de los noventa) no se plantea como una antología crítica, al menos tanto para los presentes como para los ausentes un criterio común de inclusión o exclusión no se hace explícito.
Hablar de los noventa es referirse tanto a la primera generación que publica luego de la dictadura como a quienes crecen en este período y comienzan a formarse como poetas, y también a quienes tienen sus primeras lecturas durante los ochenta. Es interesante, entonces, leer esta selección como un discurso tal vez demasiado fragmentado, bibliófilo para algunos y para otros nostálgico de los noventa. Entiéndase aquí por nostalgia no una añoranza por tiempos pasados, sino una nostalgia reflexiva, centrada en la ironía, en una memoria hecha de fragmentos y que observa de manera ácida los logros de esta "modernidad" que se celebra en el Chile de los noventa y del dos mil.
No es posible hablar de este grupo sin referirse a la historia del país en los últimos años y a la recuperación de la memoria colectiva, ni sin hacer alusión a sus referentes literarios. La presencia de Enrique Lihn (uno de cuyos poemas sirve de epígrafe a esta antología), la poética de Maquieira, los ecos de Millán, las influencias del objetivismo norteamericano de autores como Williams, Zufosky u Oppen (de los cuales varios de los autores presentes en la antología son traductores), entre otras voces que pueden reconocerse, ofrecen lecturas a partir de las cuales podemos tener una visión fraccionada de la realidad, producto tal vez de una memoria fotográfica editada una y otra vez, y poblada de imágenes que no pueden verse en su totalidad.
Si hablamos de los noventa nos distanciamos de aquellos textos urgentes de los ochenta y nos situamos en estas observaciones cada vez más desmembradas de esa realidad apremiante, acercándonos a estéticas particulares, a experimentos y también a una sensación de búsqueda que sólo es posible a través de la palabra. Los noventa se sitúan entonces en torno a silencios que los ecos del objetivismo emparientan con una simpleza aparente, ya que las voces, residuos y fragmentos[1] de estas poéticas nos remiten más bien a la única manera de exponer una memoria de los noventa. A partir del silencio y la observación se presentan escenas a ratos urbanas, a ratos visuales, algunas más íntimas que otras, y sin embargo la gran mayoría de los autores seleccionados en este libro exhiben ciertas presencias que al mismo tiempo delatan algunas ausencias.
Interesante al leer esta selección de los noventa es preguntarse cómo vendría siendo su continuación, la década del dos mil y los poetas "novísimos"; cuál sería el corte temporal e ideológico. Tal vez esta muestra no sea ninguna respuesta, sino una pregunta y otra apertura a través de la cual se puede leer no sólo lo que está en estas hojas, sino lo que falta en ellas y lo que sobra. Una antología de poesía en cierto modo remite a una cuestión de mercado (la poesía no vende, pero somos un país de poetas, una antología es una publicación más accesible que un poemario), ya que deja de lado la idea victoriosa de un libro en particular y se vuelve estática. Digo esto porque una antología no deja explorar lo que es un libro en particular, no deja navegar entre estos naufragios[2] de los noventa, pero sí permite ver abismantes contrastes entre discursos poéticos armados y otros más experimentales en su intento de desarmar estos discursos poéticos y despojarlos de su sentidos tradicionales.
Francisca Lange, en su prólogo, expone el término "niños de los ochenta" para referirse al hecho de que estos poetas comparten una cultura popular común, principalmente establecida por la televisión de ese momento y por la política del consumo que abarcó a la sociedad. De esta manera, los niños de los ochenta habrían crecido bajo esta influencia y su educación habría apuntado a una despolitización que suponemos derivaría hoy en una poesía carente o lejana de un discurso de contingencia, despojado de relaciones con una memoria colectiva, más bien personal. Sin embargo, afirma Lange que "lo político se manifiesta tanto en la escritura como en los modos de pensar la experiencia y lo literario, articulando espacios estéticos enfrentados a la memoria, propia y colectiva". Parece una reflexión interesante, pero no está apoyada en referencias textuales, sino sólo en ejemplos de iniciativas culturales como Casagrande o el Foro de Escritores.
Lange se refiere en esta cita a un enfrentamiento con el pasado desde una memoria personal que de alguna manera alude a la memoria colectiva, mayoritariamente impuesta por el Estado o los medios de comunicación. Una de las principales características de esta poesía sería un sentido de la evasión, que a su vez crea otras imágenes para referirse a otras observaciones que se encontrarían más bien lejos de una memoria o de un discurso histórico. Sólo quedaría evocar una nostalgia más contestataria para referirse a los noventa, donde términos como postdictadura, postmodernidad y memoria resultan difíciles de esclarecer, lo que ayudaría a entender la correspondencia entre textos tan disímiles como los poemas de largo aliento de Bello, de una sensibilidad poblada de imágenes, y los silencios con que parecen construirse los textos de Anwandter, silencios y ruidos -sólo por dar algunos ejemplos-, o entre la construcción del sujeto poético del Yo, de Alejandra del Río y los juegos de palabras, con guiños a la vanguardia y la poesía concreta, de Felipe Cussen. Ciertos versos de Verónica Jiménez ilustran la nostalgia y el desencanto que unifica a los poetas publicados en Diecinueve con la experiencia de leer estas páginas:
anclamos ahora en esta oscura rada
como náufragos arrojados a su mala suerte
vomitando espuma
con los pies enterrados en la arena
y la piel herida por la sal.
[1] Para el teórico brasilero Idelber Avelar la literatura postdictatorial se obsesiona con fragmentos, lugares obsoletos y sin nombre, residuos de un tiempo anterior, ya que gran parte de ella se vuelca hacia la experiencia, en el sentido de cómo contar, recordar o, en palabras de Nelly Richard, utilizar espacios que no son más que un "basural de recuerdos".
[2] "Náufragos", término utilizado por Javier Bello para referirse a los poetas de los noventa.
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