viernes, 27 de abril de 2007

HABRÁ QUE HACER ALGO MIENTRAS TANTO (Ezio Neyra Magagna)

El que se va de casa, dijo Freud, no quiere matar al padre. En esta auspiciosa primera novela de Ezio Neyra tres jóvenes amigos construyen en el patio de su casa un barco que los remonte fuera del país heredado. Este juego preciso y metódico, sin embargo, no asume la realidad como su límite sino el proyecto mismo como ilimitado. De allí la alegoría de su gracia irónica. Lo que les queda a los más jóvenes es el própósito de ser, creativamente, otros. La travesía promete rehacer el viaje, para que todo recomience. El brío de esa promesa alienta en este relato. (Julio Ortega)

Biografía del autor: Ezio Neyra Magagna nació en Lima en 1980 y estudió Sociología en la Pontificia Universidad Católica del Perú. En 2005, luego de la publicación de la novela corta "Habrá que hacer algo mientras tanto", fue considerado uno de los once jóvenes narradores latinoamericanos con mayor proyección internacional por la revista "Qué pasa" del diario chileno "La Tercera". Asimismo, ha publicado la novela "Todas mis muertes" (Alfaguara, 2006). Su vida transcurre entretenida en formar parte de proyectos difíciles de llevar a cabo: es codirector de la editorial Matalamanga y director de la Asociación Civil Niñolee, cuyo objetivo es promover la lectura entre los niños y niñas del Perú. Asimismo, fue director de la versión peruana de la revista argentina "Lamujerdemivida". Además, publica con regularidad artículos para revistas peruanas y extranjeras.




(Esta foto es del lanzamiento del libro en la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires, mayo 2007)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué será ese “algo” que debemos hacer mientras leemos esta breve e inquietante novela del autor peruano Ezyo Neira. Por mientras despejo la interrogante, pienso que me solicitan esta presentación Marco Antonio Coloma y Juan Carlos Saéz cuando por azar o por una cadena de causalidades, ya tengo el libro en casa, la edición peruana de Solar. En el pasado viaje a Lima le pedí al crítico Julio Ortega me recomendara nuevos autores, y me habló de un par de voces emergentes, entre ellas la del autor aquí presente. Pero fue necesario otro viaje, no encontré el libro en esa ocasión, y fue mi amigo, el escritor y crítico Iván Thays quien me lo trajo desde Lima cuando lo invitaron a Feria del Libro de Santiago. Es así como este libro traza para mí idas y venires de Lima a Santiago, de Santiago a Lima. Y esto sí tiene que ver con Ezio Neyra, porque no puedo dejar de leerlo dentro de una larga genealogía de autores que me han convertido en una “peruanista” aficionada. Entre los consagrados están Juan Eduardo Eielson, César Vallejo, Adán Mendez, José María Arguedas, Blanca Varela. Y entre los contemporáneos, los autores y amigos, Enrique Planas, Iván Thays, Alonso Cueto, Luis Alberto Castañeda, Rocío Santiesteban, Doris Morisato, Suzanne Noeltius. Y hay más. / Esta presentación traza otro recorrido Lima – Santiago, y es uno más triste, sucede que recibo la invitación el mismo día que fallece el poeta José Watanabe. A Watanabe no solo lo leí sino que compartí con dos inolvidables semanas el año pasado, dentro del proyecto de intercambio de escritores “Entresures”. Recuerden quienes no lo han leído todavía, José Watanabe, poeta peruano de ascendencia japonesa que nos deja ocho maravillosos poemarios.
Pero dejemos de lado las circunstancias de lectura, importantes por cierto, y vayamos al texto mismo. La novela Habrá que hacer algo mientras tanto se podría inscribir en la tradición literaria de los relatos de viaje, La Odisea de Homero, Ulises de Joyce, o en la de viajes menos evidentes como Los Adioses de Onetti (donde el protagonista se traslada a un sanatorio de tuberculosos); pero este es un viaje absurdo, que no va a ninguna parte. Los personajes de nombres Alto, Gordo y Mediano se conocen en una fila participando en una lotería de visas. Abandonan esa apuesta para armar un equipo de trabajo. Pese a la diferencias de sus temperamentos los aúna el que deseo de partir, de abandonar sus monótonas existencias y emprender un viaje. Alto, es fuerte, hábil, equilibrado. Gordo, es dominante, violento y autoritario. Mediano, es melancólico, tiende a la depresión, sufre por la ruptura amorosa con Silene. Los tres hombres no tienen destino en mente pero sí la claridad que para zarpar deben antes diseñar y construir una embarcación, pero en una ciudad sin río ni mar. Se instalan en el patio de la casa de Mediano, y desde ahí se gatilla una serie de posibilidades simbólicas.
Es un viaje en el terreno del extrañamiento. Un viaje dentro de la acepción de “lo siniestro” de Freud, porque todo sucede signado por la rareza, lo que parecía evidente se empapa de absurdo existencial. No olvidemos que la frase que abre la novela es: “Acostarse por la noche y pensar que mañana habrá mañana, es una lástima”. En las cuatro secciones tituladas “Hacer algo mientras tanto”, “El encuentro”, “La construcción” y “La travesía”, esta última narrada como guión, se alternan, tensan y trenzan las voces de este trío sumido en el desasosiego. Durante la construcción estarán absortos en la cadena de montaje logístico: diseño intelectual, compra de materiales, construcción de la embarcación. Siguiendo un sofisticado diseño construyen una embarcación con velas y mástiles que recuerda la hazaña del barco de la película Fitzcarraldo de Herzog, con la diferencia que su nave no cruzará la selva amazónica para lograr la epopeya de montar un teatro de ópera en ese paisaje. Este barco permanece estacionado en el patio de una casa en un barrio de clase media, donde suponen pasarán inadvertidos. Pero ambas locuras, la de la cinta de Herzog y la de la novela de Neyra comparten el hecho de intentar desplazar navíos contra los parámetros de la razón, contra las leyes de la naturaleza: un barco cruza la selva, o, un barco mutante y varado en el patio una casa sin agua a la redonda.
A medida que se acerca el inicio del periplo se hacen cada vez más intensos los enfrentamientos, y se perfilan claramente las tres personalidades pese a la falta de nombres propios. En la travesía Flaco, Gordo y Mediano se lanzan a un flujo de ideas, acciones y palabras que soplan sobre las imágenes de los 14 días de itinerario narrados por los tres personajes. Cada uno entrega la versión de los hechos aceptando asociaciones libres producidas en un océano irreal, a medida que “avanzan” por un lugar sin vida, por un paisaje inmaterial. Es un trío que protagoniza un anti road movie. Uno se pregunta: ¿han llegado al mar? Son tres viajeros inmóviles atrapados en pequeñas acciones cotidianas como dibujar ataúdes, estudiar la ruta del propio sudor, pasar la tarde en cubierta tomando sol. A estas alturas comienzan a tener percances (un baño malo, un intento de suicidio), y la convivencia se estropea definitivamente. El lenguaje es seco, arisco reflejando las acciones toscas que van desmoronando el sentimiento de comunidad.
Gordo se torna más violento y los quiere destruir, Mediano siente que ha perdido la libertad y está de bisagra, Alto ya no sabe defenderse. Naufragan en un espacio inexistente entre el muelle y el puerto, entre angustias y fracasos. Su travesía se reduce a un "viaje" de destrucción, de escepticismo. Parece ser más fuerte el ímpetu de partir y estar abierto a la sensación de escalofrío, de miedo a lo nuevo; que el de hundirse en un trasatlántico en una recorrido ya finalizado. No quieren seguir viajando pero tampoco desean llegar el final, “por mientras” se extiende todo lo posible la línea de la mentira, de la ficción. Es en este momento que retomamos la pregunta inicial y esencial: “¿Habrá que hacer algo mientras tanto?”, y ese “algo” parece ser el gesto del escritor corrigiendo la vida, protegiéndose de los golpes absurdos de la auténtica existencia dentro de otro viaje, que a la vez se sumerge en el viaje del lector, y específicamente en el de esta lectora que hoy traza un nuevo recorrido entre Santiago y Lima a partir de este promisorio autor y de esta excelente novela.

Anónimo dijo...

Ezio Neyra: “Habrá que hacer algo mientras tanto”

Narrativa ajustada y arriesgada la de Ezio Neyra, al menos la que hemos conocido en ésta su primera novela, publicada en Perú hace un par de años y felizmente editada ahora en Chile por Juan Carlos Sáez (otro que también sabe de correr riesgos). En poco más de sesenta páginas, supera y burla con éxito el obstáculo de un argumento excéntrico, ejercicio que, vista la artesanía con que está compuesto el texto, coloca a su autor de inmediato en la línea de flotación de la literatura hispanoamericana reciente. En eso no hay dudas. Neyra demuestra aquí respirar en el lenguaje como lo hacen quienes manejan el oficio con la naturalidad de una pulsión innata.
Es justamente esa excentricidad, digo, el principal atractivo de esta brevísima pieza narrativa. Incómoda para quienes acostumbran a dividir el mundo en compartimentos estancos, “Habrá que hacer algo mientras tanto” no se parece a nada que hayamos leído aunque sugiere —cómo no— parentescos ligeramente visibles. Tentando a ubicarla en alguna cartografía conocida, y a riesgo de asignarle herencias más o menos apócrifas, diría que el azar es aquí un elemento tan seminal como lo es en la narrativa de Paul Auster, que los personajes sugieren esa humanidad monstruosa que hemos conocido en las también breves novelas de Mario Bellatín, que la originalidad del texto parece inspirada en la rareza juguetona de Felisberto Hernández, y que —para sumar una referencia local— es uno de esos textos que, me atrevo a sospechar, hubiera escrito nuestro Juan Emar. Ubicada o desubicada entre estos cuatro nombres, no es casualidad que la novela de Ezio Neyra parezca sobrevivir con mucha comodidad entre las referencias contemporáneas (Auster y Bellatín) y la vanguardia histórica de nuestro continente (Hernández y Emar), ésa que abrió camino a la experimentación narrativa y a la desacralización de las formas y los temas hace tres cuartos de siglo. Y es que la excentricidad de la hablo, y con la que defino la novela de Ezio, es una que corre a destiempo de las modas actuales, más concentradas éstas en llevar los hitos autobiográficos a la novela y de hacer de la literatura un personaje más de la misma literatura (pienso en Vila-Matas y, en buena parte, también en Bolaño).
“Habrá que hacer algo mientras tanto” está construida en cuatro partes que bien pueden ser la feliz confluencia de cuatro cuentos independientes y que, por cierto, se pueden leer como tales. La primera parte sirve de entrada a las otras tres y no tiene aparente vinculación con la historia del conjunto, aunque de esto nadie estaría tan seguro. Escrita en el tono en que se narran los fracasos, esta parte agota en apenas cuatro páginas una descripción pormenorizada del vacío cotidiano: aquí están nuestros cuerpos sometidos el rigor de la higiene, aquí están las imposturas sociales, los deseos de cada día, las ganas de salir corriendo y, encima todo, la amarga certeza de que cada jornada es un círculo que, como sabemos, se cierra sobre sí mismo. Me gusta pensar que esta entrada en la novela de Ezio, repleta de inconsolable realidad, es una suerte de ambientación preliminar, una especie de banda sonora que vamos escuchando mientras tomamos palco apenas un momento antes de presenciar el espectáculo de la ficción plena. Lo que queda sonando es el peso en vida de un fracaso, el derrumbe de toda felicidad, la paradoja del sentido.
Las otras tres partes de la novela son esa ficción plena. Tres personajes que comparten el deseo de la huida —Alto, Gordo y Mediano— se conocen por azar, deciden construir una embarcación y emprender una delirante travesía sin rumbo fijo. Esta anécdota, que parece simple, queda a la deriva cuando de entrada la realidad explota por todos lados y, como lectores, nos sorprendemos sumergidos en una trama imaginaria inyectada por un sugerente surrealismo y por el humor cantinflero de tres personajes que actúan demasiado inspirados en las locuras cinematográficas de Harry, Larry y Moe. ¿Vamos a creerles a estos personajes que los golpes que se dan son verdaderos? Por supuesto que no. La ficción, muy al revés de la mentira, es sensata: dejará siempre entrever al menos una pieza del tinglado de su arquitectura.
Pongo entonces en perspectiva la novela de Ezio: si la primera parte es el pivote a la realidad y que lejos de derrumbarla dará cuenta de su peso sobre nuestras afiebradas cabezas, la historia que sigue se encargará de ponerle paños fríos al asunto, como si quisiera relativizar la posibilidad del fracaso. Es, a mi juicio, la lección de la literatura misma como un espacio ganado para la felicidad, para el derroche de sentidos, para asumir la realidad por más inconsolable que ésta sea.
La novela de Ezio, por cierto, tendrá tantas lecturas como lectores quieran abordarla. Y esta afirmación no es aquí un lugar común. El autor ha tenido el talento y la habilidad creativa para cruzar temas tremendamente simbólicos y provocadores: el primero, por supuesto, el viaje; y tantos otros: la relación entre realidad y ficción, el absurdo, la vida en sociedad, la abrumadora cotidianidad. A ratos parece una narrativa de guiños, de puertas tentadoramente abiertas, de enormes posibilidades interpretativas, todas condiciones que fundan la buena literatura.
Me quedo con esta novela-espectáculo que no termina ni siquiera en la composición del texto, sino que sigue más allá o más acá según se mire: desde la imagen de portada hasta el dossier fotográfico que cierra el libro con una suerte de pretensión documental de la ficción, una tomada de pelo al lector que, estoy seguro, los más serios críticos asumirán lastimosamente como pista hermenéutica.
Saludo, finalmente, la iniciativa de JC Sáez de acercar ambos países. Tan lejos, tan cerca, Chile y Perú se merecen esfuerzos editoriales como éstos para que nuestras propias literaturas no nos lleguen siempre descabezadas por la santa inquisición española.